Diseño generativo y origami industrial, otras formas de ganar en agilidad y eficiencia

Como en otras disciplinas, los avances en inteligencia artificial también están aupando a los procesos de diseño de producto a un nivel superior. 

Fuente imagen: Imagen DC Studio en Freepik

De un tiempo a esta parte las empresas han optado por escoger modelos de gestión que sitúan al consumidor como eje central tanto de sus objetivos, estrategias y acciones, como del ciclo completo de desarrollo de su oferta, especialmente en los subprocesos de diseño (estratégico, conceptual, de detalle), validación, producción y comercialización.

La función de diseño que pone a las personas en el centro persigue desarrollar productos, servicios y entornos que motiven una respuesta favorable y placentera en el consumidor, contemplando una serie de atributos (ej. seguridad, eficacia, color, forma, durabilidad, valor, etc.) en los que el usuario pueda reconocer aquellas características relacionadas con sus preferencias. De esta forma las empresas pueden crear soluciones que no sólo se adecúan a las demandas del consumidor, sino que también satisfacen sus expectativas emocionales.

Podemos hablar así de un abordaje del diseño desde la perspectiva emocional, que ayuda a construir un fuerte componente simbólico en torno a cada producto, para que el usuario perciba y asocie un conjunto concreto de mensajes y valores ligados a éste.

Pero también resulta fundamental trabajar el diseño funcional, que permite determinar si la utilización de un producto alcanza los objetivos marcados con eficacia, eficiencia y satisfacción y que, por ejemplo, abarca cuestiones sobre usabilidad o aspectos sobre desempeño/rendimiento. En este sentido, la labor de los diseñadores suele focalizarse primero en la creación de diferentes conceptos que son evaluados y, en su caso, mejorados progresivamente, en función de los criterios de diseño establecidos. Sin embargo, este método de trabajo está dando paso a otro enfoque más avanzado.

Se trata del diseño generativo, que permite proporcionar a un aplicativo informático aquellas variables de entrada y restricciones de interés respecto al objeto o entorno a generar (ej. materiales, cargas, variables estéticas, etc.), sin necesidad de aportar una geometría completa del mismo. Este tipo de software trabaja sobre un modelo –normalmente impulsado por inteligencia artificial– que aplica reglas de optimización para satisfacer al máximo los inputs introducidos, llegando así a sus propios planteamientos de geometrías y evolucionando los diseños de forma iterativa hasta que no es capaz de ofrecer mejores alternativas que cumplan con las condiciones definidas. El proceso puede ofrecer múltiples salidas o resultados optimizados de diseño en forma de, por ejemplo, modelos 3D o simulaciones del objeto/entorno en cuestión. Los diseños resultantes suelen parecerse mucho a estructuras que se encuentran en el medio natural, constatando así las evidentes ventajas de estas configuraciones que vemos en la naturaleza y que contribuyen a inspirar soluciones innovadoras en numerosos campos de aplicación.

Dentro de este ámbito, y siguiendo en este caso una línea de mejora de la eficiencia y de la sostenibilidad, algunas empresas han integrado en sus procesos de fabricación la aplicación de técnicas de origami (creación de figuras u objetos mediante el plegado de material de forma sucesiva), aproximación que se conoce como “origami industrial” en este contexto productivo. El proceso de producción de estos artículos parte de una lámina del material deseado, que suele estar configurada a modo de recortes siguiendo un determinado patrón, y sobre la que deben ir efectuándose pliegues o haciéndose encajar partes concretas para ir dándole la forma o estructura decidida. Las ventajas que suelen aportan esta forma de trabajo son el coste productivo relativamente bajo, la consistencia o robustez del producto resultante y una inversión de tiempo bastante reducida en su obtención.

Esta técnica ha sido la utilizada por la empresa sueca Stilride, que ha creado una motocicleta eléctrica cuyo chasis se ha conformado plegando láminas de acero a través de unos brazos robóticos, y que les ha permitido reducir los componentes de fabricación en un 75%, el peso total en un 25%, y lograr la mitad de la huella medioambiental en comparación con motos análogas tras un año de uso. BMW también estuvo experimentando con este método a través de su concepto BMW GINA Light Visionary Model, que contaba con una estructura con el menor número de componentes posible y cuyo interior se configuró con una única lámina de acero inoxidable moldeada por láser y plegada a mano, que implicaban menores costes de fabricación y un diseño de superficies particularmente atractivo.

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