Urbanismo sensorial: las ciudades que se sienten

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De la planificación visual al diseño multisensorial de los entornos urbanos para la generación de espacios más habitables, inclusivos y saludables.

El giro que están viviendo las políticas urbanas y las disciplinas del diseño de las ciudades en la última década es, en esencia, un cambio de paradigma: desde el urbanismo impulsado por indicadores funcionales y por lo visual, hacia un enfoque que trata la ciudad como un ecosistema de estímulos sensoriales entrelazados que condicionan el bienestar, la inclusión y la productividad de sus habitantes.

Dentro de este terreno emerge el “urbanismo sensorial” como campo interdisciplinar que estudia cómo los sentidos —vista, oído, olfato, tacto, gusto y sentidos menos incorporados como la propiocepción o la termocepción— modelan la vivencia del espacio urbano y, en consecuencia, la salud y calidad de vida de las personas. Se trata de un enfoque orientado a diseñar ciudades que comprometan de forma consciente todos los sentidos y que “sientan bien” además de “funcionar bien”, ampliando el horizonte de la planificación para incorporar fenómenos como, por ejemplo, la atmósfera urbana, el carácter olfativo de un barrio, la textura del pavimento, el confort térmico o la quietud.

Desde un punto de vista conceptual, el urbanismo sensorial se apoya en dos pilares. El primero es normativo-metodológico y tiene en el estándar ISO 12913 su referencia central, donde se define soundscape como “el entorno acústico tal como es percibido o entendido por personas, en contexto”, y proporciona un marco para capturar no solo niveles de presión sonora, sino emociones, significados y respuestas conductuales, mediante protocolos de recogida de datos in situ y herramientas de evaluación compatibles con el diseño. El segundo pilar es instrumental y combina técnicas de ciencia ciudadana y etnografía urbana con tecnologías avanzadas de simulación y previsualización multisensorial. En este sentido, aplicaciones móviles como Hush City permiten a los ciudadanos identificar y evaluar “áreas de calma” cotidianas, mientras que laboratorios como el SoundLab de la consultora Arup habilitan auralizaciones inmersivas para experimentar, antes de construir, cómo “suena” un proyecto en distintos escenarios y decidir las mejores soluciones al respecto.

La importancia estratégica de esta disciplina reside en su capacidad para reorientar decisiones de gran impacto económico y social. En salud pública, el enfoque sensorial permite priorizar intervenciones de alto rendimiento —por ejemplo, supermanzanas o ejes verdes— que reducen exposición simultáneamente a ruido, aire sucio y calor, mientras facilitan la práctica de actividad física y el acceso a zonas verdes, con beneficios poblacionales más que probados.

En cuanto a su despliegue práctico, el urbanismo sensorial se traduce en una cartera de áreas de aplicación que abarcan desde el rediseño de la movilidad y los pavimentos a la programación de la iluminación. En el contexto específico de la movilidad, la combinación de “calles de estancia”, peatonalizaciones selectivas y calmado del tráfico crea corredores sonoros y olfativos más acogedores que, además, mejoran el cumplimiento de normas y reducen costes de mantenimiento al minimizar vandalismo y deterioro. Por lo que respecta al ámbito de la inclusión y la accesibilidad, el tacto se vuelve un criterio de diseño esencial con, por ejemplo, pavimentos podotáctiles que aseguran rutas, advertencias y orientaciones hápticas normalizadas. Desde la perspectiva del olfato, los “smellscapes” han pasado de la anécdota a la analítica, combinando caminatas olfativas y trazas digitales para mapear categorías de olor y correlacionarlas con calidad del aire y usos urbanos; así, el proyecto SmellyMaps y otras iniciativas relacionadas muestran cómo esta capa olfativa puede aportar valor a itinerarios, comercio local y conservación de identidades barriales frente a la homogeneización. En cuanto al sonido, más allá del control del ruido, el objetivo general es componer paisajes acústicos agradables, donde instrumentos como la ISO 12913 y la puesta en marcha de servicios como SoundLab de Arup permiten trabajar sobre distintas soluciones de diseño y evaluar su efecto perceptivo. Por su parte, en el ámbito de la visión y el microclima, la iluminación circadiana, la sombra arbórea y la brisa se integran como atributos sensoriales mensurables, coherentes con el avance de plataformas de gemelo digital urbano que integran no solo parámetros energéticos y del tráfico, sino también confort térmico, acústica y vibración, en línea con la evolución del gemelo digital hacia capacidades cognitivas para la optimización continua de estos núcleos de población.

Podría entenderse entonces que el urbanismo sensorial contempla labores de planificación, diseño y evaluación que integra mediciones físicas y perceptivas del entorno, incorpora la pluralidad de los sentidos y sus interacciones, y se apoya en procesos participativos para producir ambientes urbanos que reducen exposiciones nocivas, potencian el bienestar ciudadano y fomentan conductas prosociales.

Finalmente, en términos de futuro, dentro de esta área cabe esperar la hibridación con materiales y sistemas activos capaces de responder a estímulos, desde pavimentos que cambian su rugosidad o absorción acústica según uso y clima, hasta mobiliario capaz de modular olores o recursos de climatización, ideas que van tomando forma paulatinamente con los avances existentes en materiales animados y programables. A mayor plazo, la creación de experiencias sensoriales más ricas podría apoyarse incluso en soluciones de neurotecnología, abriendo líneas de codiseño sensorial informadas por la propia percepción neurosensorial de las personas.

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