
De observadores a codesarrolladores del conocimiento científico en un ecosistema más abierto y democrático.
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Durante décadas, la generación de nuevo conocimiento se ha organizado en torno a instituciones especializadas (universidades, organismos de investigación, etc.) con dinámicas y tiempos propios. La expansión de internet, los smartphones, las plataformas colaborativas y la creciente demanda social de involucrarse en la definición de agendas científicas y de políticas públicas, han desdibujado parcialmente esas fronteras y han hecho posible que millones de personas contribuyan a observar, medir, clasificar o incluso formular preguntas de investigación sobre el entorno que les rodea. En paralelo, en ámbitos como las smart cities, ha quedado demostrado el valor de integrar datos generados por ciudadanos para alimentar modelos urbanos complejos y apoyar la toma de decisiones de administraciones y empresas, subrayando la importancia de entender el contexto social de los datos y no solo su volumen.
En este escenario, la ciencia ciudadana se define como la implicación activa del público general en actividades de investigación científica, aportando esfuerzo intelectual, recursos o datos, y participando en una o varias fases del ciclo investigador, de forma que los participantes proporcionan datos y recursos experimentales a los investigadores, al tiempo que adquieren nuevos conocimientos y una comprensión más profunda del método científico. Todo ello en un marco abierto y multidisciplinar que mejora las interacciones ente la comunidad científica, la ciudadanía y los gobiernos, y refuerza una toma de decisiones más informada.
En un plano más operativo, la literatura distingue distintas modalidades de participación en este contexto: proyectos contributivos (en los que la ciudadanía se centra en la recogida de datos), colaborativos (donde, además, participa en fases de análisis o interpretación), y proyectos cocreados (en los que el colectivo no académico interviene desde el diseño de las preguntas de investigación, hasta la difusión y uso de resultados). La práctica real es aún más diversa e incluye desde observatorios comunitarios de calidad del aire o biodiversidad, hasta experimentos de inteligencia colectiva, juegos científicos online o programas colaborativos de computación.
La importancia estratégica de esta tendencia se refleja en las demandas en torno a la generalización de estas metodologías participativas y a la consolidación de infraestructuras dedicadas a la ciencia ciudadana que permitan aportar beneficios simultáneos, tanto para participantes (alfabetización científica, capacidades, acceso a datos) como para investigadores (datasets más grandes y diversos, relevancia social e impacto de la investigación), además de mejorar la confianza en la ciencia y favorecer políticas basadas en evidencias.
Uno de los argumentos más tangibles a favor de la ciencia ciudadana es su impacto económico y practicidad. Por ejemplo, las contribuciones de la ciencia ciudadana global a la investigación ambiental se valoraban ya en torno a 2.500 millones de dólares anuales en 2015, principalmente en forma de trabajo voluntario en monitorización y recogida de datos. Plataformas de biodiversidad como Observation.org o iNaturalist, basadas en millones de observaciones geolocalizadas aportadas por ciudadanos, han alcanzado escalas imposibles de lograr solo con personal profesional. Al mismo tiempo, estos programas proporcionan datos más granulares y de mayor frecuencia temporal, lo que permite complementar los sistemas oficiales de vigilancia a una fracción del coste, algo especialmente relevante para el seguimiento de compromisos en el marco del Pacto Verde Europeo o los Objetivos de Desarrollo Sostenible, entre otros. Las áreas de aplicación de la ciencia ciudadana son extremadamente variadas, aunque los casos más maduros se concentran en el medioambiente, la salud, la astronomía y las ciencias sociales.
En biodiversidad y conservación, plataformas globales como Zooniverse han demostrado cómo tareas como clasificar galaxias, identificar especies o transcribir archivos históricos pueden realizarse a gran escala gracias a la participación distribuida. En el mundo marino, Observadores del Mar –impulsado por centros de investigación coordinados por el CSIC– se ha convertido en la plataforma de ciencia ciudadana marina de referencia en España y el Mediterráneo occidental, con proyectos sobre biodiversidad, cambio climático, contaminación y especies invasoras a lo largo de todo el litoral nacional.
En salud pública, por ejemplo, Mosquito Alert es una plataforma de ciencia ciudadana coordinada desde el sector público que emplea una app móvil para que la ciudadanía notifique, mediante fotografías geolocalizadas, la presencia de mosquitos invasores que son vectores de enfermedades graves., revelando así cómo las aportaciones ciudadanas complementan y refinan los sistemas oficiales de vigilancia epidemiológica.
La ciencia ciudadana también se proyecta como herramienta de soporte a la formulación y evaluación de políticas públicas. Estudios recientes sobre la integración sistemática de la ciencia ciudadana en políticas ambientales señalan su potencial para abordar retos complejos de manera más equitativa, incorporando perspectivas y conocimientos de grupos vulnerables que raramente llegan a los mecanismos formales de consulta.
En esta misma línea, y siguiendo con la perspectiva de impacto social, la ciencia ciudadana contribuye a democratizar la investigación y a reforzar la cultura científica. Los participantes no solo proporcionan datos, sino que desarrollan competencias en interpretación de evidencias, comprensión del método científico y pensamiento crítico, lo cual puede traducirse en una mayor resiliencia frente a la desinformación y en una ciudadanía más exigente con la calidad de las políticas gubernamentales. Además, la implicación en proyectos que abordan problemas locales (desde la contaminación de un río hasta la degradación de un barrio) ofrece a comunidades tradicionalmente poco representadas un canal para visibilizar sus preocupaciones y participar en la cocreación de soluciones.
Las empresas comienzan igualmente a explorar la ciencia ciudadana como instrumento de innovación, sostenibilidad y engagement con sus clientes. Un ejemplo llamativo es la iniciativa de la marca de cerveza Corona en México, que invitó a sus consumidores a actuar como “guardacostas” enviando fotografías geolocalizadas de botellas en playas. Estas imágenes se emplean para monitorizar la salud de las costas y apoyar acciones de conservación, combinando marketing de propósito, generación de datos ambientales y participación ciudadana en la protección del litoral.
No obstante, la expansión de la ciencia ciudadana plantea también desafíos. Entre los más relevantes destacan la representatividad de las muestras (riesgo de sesgos hacia perfiles más digitalizados o motivados), la sostenibilidad a largo plazo de las comunidades voluntarias, la gobernanza de los datos (propiedad, licencias, interoperabilidad), la evaluación del impacto, y la necesidad de adaptar los sistemas de reconocimiento y evaluación científica para valorar adecuadamente estos esfuerzos colaborativos. Asimismo, es fundamental abordar de manera rigurosa los aspectos éticos: desde la protección de datos personales hasta la gestión de expectativas de los participantes y la prevención de la “explotación” del trabajo voluntario sin retorno social tangible.
Vemos pues que la ciencia ciudadana no solo trata de sumar manos para recoger más datos, sino de abrir la propia arquitectura de la investigación a nuevos actores, conocimientos y valores, en línea con la transición hacia modelos de innovación más abiertos, inclusivos y orientados a misiones concretas. Los avances en esta disciplina están marcando el camino para ver la forma de integrarla de manera sistemática en las agendas científicas, las estrategias empresariales y las políticas públicas para maximizar su potencial de impacto social, económico y ambiental.
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